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"Si no quieres saber de la vida mía, habla. ¿Vendrás? ¿Lo harás?"

Así dice el personaje de Noveno, extracto de una obra más extensa -todavía inédita: Interior Magenta. La maga por dentro- en la que el protagonismo no es suyo sino de su propia intimidad, de su mirada sobre su entorno más próximo. La cotidianeidad queda retratada sin escenificación, alejada de posibles conveniencias en favor de conmovedoras exposiciones emocionales. Una elección -que no una renuncia- realizada desde el objetivo de la cámara de un teléfono móvil. Y estampas de transparencia esmerilada van pasando sobre el tiempo atmosférico y sus casualidades, interiores de quietud reciente, sombras espejadas, rutilante luz solar... con un verso breve tan veraz que pareciera ajeno.

 

 

 

 

Noveno

 

"Hola…

Sin nada más dicho, el cursor queda intermitente en la pantalla, esperando, después del saludo. Oskar se está quedando dormido al lado, su respiración es regular y parpadea deliciosamente con los ojos casi cerrados. Mientras aguarda respuesta se toma de una vez su vaso de leche. La tolva orgánica traga enormes buches llenos de aire, queda vacía y se frunce para cerrarse.

¿Estás…?

Un resuello involuntario en el esófago hace que el gato abra los ojos. No se mueve pero la mira con las pupilas contraídas, los ojos dorados brillando como dos monedas nuevas. Cuando el sonido se produce por segunda vez se levanta, se sienta y procede a su aseo, olvidado del primer interés.

Hoy he visto mantas de pájaros… Emigrando al sur.

Comienza a entretenerse.

Cruzan delante de mí… Se están largando todos porque ya viene el frío.

¿Qué haces?

¿Estás?

Ya en la madrugada decide recogerse –una hora impropia-. Cierra las ventanas de conversación abiertas y encuentra aquella con las frases que sólo ella puso, abandonadas desde el principio de la noche, dirigidas a un usuario que ni contestó ni estaba ya en la lista de ellos.

 

Las escenas urbanas, tan distantes allá abajo, se suceden de forma acuosa, onírica, ausentes de realidad sonora. La lluvia ha limpiado el aire y yace sobre todo escurriéndose siempre más abajo.

Madrid estuvo llorando toda la noche. El interior está cálido y seco –sigue lloviendo a ratos-, la radio en silencio. Cuando se abre la ventana es mejor callarla –tal vez por su propia cuenta se ponga más tarde: en este lugar los electrodomésticos se encienden solos-. Saca la mano y apaña en el aire peregrinas gotas de lluvia que ya no se precipitarán al suelo, otras sí pero no aquellas que sostiene y deja que entren en el salón de un noveno.

Mira: hormigueros levantados, dice asomada a la ventana alta, de pie sobre su silla fea –una trona con cinchas hebilladas al cabo de varios escalones, una excentricidad de su salón-, ante el cielo abierto de una llanura urbanizada. Lo que está en ese horizonte es la ciudad financiera, no es el cielo de Goya ni el de Los Fusilamientos, eso queda invisible desde aquí, más a la izquierda."

 

"En seguida tendrá el desayuno preparado –café y un pincho de tortilla-. Hay varios mensajes en el móvil. Los abre, los lee y aparta el teléfono. Son de otra. Todavía no desea contestar. 

En lo que el café se cuela y se calienta la tortilla asoma al cielo sobre los patios. Por un sesgo celeste abierto se apresuran nubes a trancarlo. Los vecinos han aprovechado a sacar parte de sus coladas. No durará la ropa tendida. Allá abajo los cubos de la limpieza han recogido agua y siguen enchumbados los cepillos, las fregonas y los terrarios de los gatos que tampoco tendrán tiempo de secarse.

Las murmuraciones suceden  a través de puertas, ventanas, tabiques… ella justo al lado de interlocutores ajenos. ¿Tu hermano se va a Holanda? No sabe si alguien asiente allí mismo o en el otro extremo de una línea telefónica. Cómo se nota que hay dinero… Ojalá nos llamara más que sea para que le laváramos los pisos…"

 

Texto: Soraya Viera.

 

        

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